Escribir poesía es perjudicial para la salud. Es al menos lo que se desprende de The cost of the muse: Poets die young, un estudio científico realizado por el profesor James Kaufman del Instituto de Investigación del Aprendizaje de la Universidad Estatal de California, en San Bernardino.
Según el informe, publicado en el oscuro periódico Death Studies, los poetas mueren antes que los novelistas, los dramaturgos y los escritores de no-ficción. El doctor Kaufman llegó a esta conclusión luego de haber analizado el caso de 1987 escritores célebres muertos, oriundos de Norteamérica (incluyendo México y Canadá), China, Turquía y Europa de Este. Tras procesar varios diccionarios biográficos, halló el siguiente resultado: los poetas vivieron un promedio de 62,2 años, los dramaturgos estiraron hasta los 63,4; los novelistas por su parte llegaron a soplar 66 velitas, mientras que los más longevos resultaron los autores de noficción, con 67,9 primaveras. “La imagen del poeta como una figura clásica, condenada a morir tempranamente, puede ser avalada por los hechos”, resume Kaufman. Y no son John Keats, fallecido a los 26 años, Lord Byron a los 36 o Rimbaud a los 37 entre tantos otros quienes van a desmentirlo.A la hora de buscar una explicación a esta tendencia a vivir rápido y entregar un cadáver joven, Kaufman explica: “La poesía puede atraer a gente propensa a la autodestrucción. La poesía tiende a ser más introspectiva, expresiva y emotiva que la ficción y la no-ficción. Estar en un campo subjetivo y emotivo se asocia con la inestabilidad mental”. Y agrega: “Si uno rumia mucho, es más probable que se deprima, y los poetas se la pasan rumiando”. Este comportamiento se vería agravado por la soledad de su trabajo, un aislamiento que no comparten los dramaturgos, ensayistas o biógrafos, que necesitan interactuar con otros individuos que participan de su labor, rompiendo así el cerco del autoconfinamiento. Para el psicólogo, a esta razón hay que sumarle la “naturaleza mística de los poetas”, quienes creen muchas veces que su trabajo es el resultado del dictado de “una musa, una inspiración divina”. ( en este caso mi musa seria la vida misma) Por este motivo, quienes escriben versos atribuyen erróneamente sus poemas a una entidad externa, y no disfrutan del “crédito” de lo que han obtenido. Esto se traduciría en un “aumento del riesgo de depresión y de otros desórdenes emocionales” ,(en esta parte tiene razon, pues la mayoria de veces cuando escribo caigo en un grado de depresión enorme, y esta depresión yo mismo la causo con algun recuerdo mío, con alguna frustración o alguna pena ajena, algo que me lleve a la depresión.) James Kaufman había analizado el caso de 1629 escritores con signos de enfermedad mental. Esta vez concluía: “Se encontró que las poetas tenían una mayor propensión a sufrir enfermedades mentales que las escritoras de ficción o un escritor de cualquier tipo”. Un segundo estudio incluyó artistas visuales, actrices y políticas, con idéntico resultado. “Es lo que he llamado el efecto Sylvia Plath”, recuerda Kaufman, quien también podría haber bautizado el fenómeno “Alfonsina Storni” o “Alejandra Pizarnik”. Marcada por el suicidio del padre, ( hablando de suicidos, hay noches que llego a un grado de depresión y pienso en el suicidio, pero luego pienso en mi madre y en todo aquello que amo y sé que nunca lo haria y duermo pensando con la sonrisa humeda por una lagrima que mañana sera otro día ) cuando ella tenía tan sólo 8 años, la norteamericana Sylvia Plath se volcó tempranamente a la poesía, persiguiendo con obsesión la perfección del estilo. A los treinta años, luego de varias tentativas, escribió sus últimos versos y se suicidó. ( hay veces que trato de seguir el estilo de la poesia como lo requiere las autoridades literarias, no es díficil hacerlo, pero yo tengo mi propio estilo )Ante estas observaciones, James Kaufman se place en verificar el cliché del poeta maldito, que carbura con ajenjo, opio y sustancias varias hasta consumirse en un destello fulgurante. Admite como al pasar que otro factor que explica que los poetas figuren como muriendo más jóvenes, “es la notoriedad alcanzada a temprana edad, ya que producen a los veinte años el doble de obra que los novelistas”. Contrariamente al poeta, un novelista que desaparece a los 30 difícilmente deje en este mundo su obra magna, y por eso no aparece en las estadísticas. (Poetas somos todos, pero a diferencia que nosotros escribimos un cuaderno todo aquello que se siente) En todo caso, Kaufman parece preocupado por la escasez de estudios empíricos sobre este asunto. Insta a “ayudar a las jóvenes poetas en peligro para que controlen a su musa en vez de ser tragadas por ellas”, antes de hacer un llamado cívico a los psicólogos para salvar a esta especie de rápida extinción. Nada dice James Kaufman sobre cómo podría afectar esta terapia la calidad de la poesía.
Soy poeta, amo a la vida, no todos saben que lo soy, amo lo que hago y me aferro a ella, como cualquier persona que desea vivir. Pero si e de morir que sea asi, haciendo lo que amo, escribiendo poesia.